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CONVOCATORIAS

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Martes 5 de noviembre
19,00 h.
Ateneo de Jerez
Encuentro literario hispano-marroquí. Lectura poética.
Poetas marroquíes:
Hassan Najmi, Mourad El Kadiri, Boudouik Benamar, Azrahai Aziz, Khalid Raissouni, Ahmed Lemsyeh, Jamal Ammache y Mohamed Arch.
Poetas gaditanos:
Josefa Parra, Dolors Alberola, Domingo F. Faílde, Mercedes Escolano, Blanca Flores y Yolanda Aldón.
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25 de mayo de 2006

"DECLARACIÓN DE UN VENCIDO", de Mauricio Gil Cano



Con el número 2, la colección de poesía “Hojas de bohemia”, que dirige Mauricio Gil Cano, acerca a los lectores un hermoso volumen de su autoría. Para los mal pensados, que no faltan, y conjurando el chistecillo fácil que relacione la publicación con los quehaceres editoriales del publicado, diré –y ésa es mi apuesta, por ser mi convicción- que estamos ante un libro necesario, y ello por dos razones. En primer lugar, por su calidad, un argumento definitivo, si no fuera porque el segundo también posee la enjundia suficiente para apoyar lo expuesto. Y es que Mauricio Gil Cano, cuya frescura juvenil se une a la experiencia de un poeta cuajado, cuenta tras sí con una larga trayectoria, de la que, sin embargo, sólo una breve muestra ha salido a la luz: sus “19 sonetos y un canto a Venecia”, incluidos en el cuaderno “Del soneto al cómic”, que compartió con Dolors Alberola, y “A dos poetas suicidas”. En su faceta de narrador, la Diputación gaditana recogió sus espléndidos “Cuentos con alcohol”. Por lo demás, el lector o estudioso interesado, hallará sus artículos de crítica en los suplementos especializados de la prensa diaria: “Azul”, sobre todo, uno de los puntales del que luego sería movimiento de la Diferencia, que él coordinó.
La decadencia, en sus vertientes histórica, cultural y estética, ha ejercido en el arte, y especialmente en la literatura, una enorme fascinación, pero es a finales del siglo XIX y comienzos del XX cuando los modernistas la convierten en una especie de culto religioso, cuya máxima manifestación fuera esa vida bohemia que llenó tantas páginas, libros enteros, cuadros, fotografías, hasta algún vals de Strauss, y saltó a la pantalla del recién estrenado cinematógrafo, universalizando así el mito del artista botarate, vagabundo y borracho, aplastado por el pujante capitalismo que, consecuencia de la revolución industrial, desprecia la belleza o la ignora, sin más, atento únicamente al beneficio.
Este decadentismo, impostado por muchos poetas posteriores, ha encontrado en Mauricio Gil Cano un médium natural para expresarse, sin necesidad del recurso a la ensoñación de lugares más o menos exóticos o reinventar sucesos y personajes que, probablemente, no existieron jamás. Bizancio, Venecia, Estambul, etc., etc., decorados de cartón piedra en la obra de grandes autores, ceden su sitio a una ciudad del presente, en el supuesto, claro, de que Jerez lo sea. Y es que el Jerez de Mauricio Gil Cano se configura literariamente como una mezcla de ciudad moderna, memorias o añoranzas del pasado y aromas de leyenda; un cóctel excelente para servir el mito en cualquier copa, oxigenado, eso sí, por el ventalle de la actualidad, que maneja el poeta con la destreza de un venenciador.
Como Alejandro Sawa –referente obligado en la primera cita- o el Max Estrella de Valle-Inclán, el autor de “Declaración de un vencido” suscribe el testamento que es, en cierto modo, el poema, para dejar constancia de una derrota en la que, por paradójico que parezca, se asienta la victoria del hombre libre, ciudadano de un mundo del que, no obstante, es náufrago, a quien todo sobrara salvo la libertad, la belleza, el amor, la gloria de un poema y la excelsa locura del vino.
Dividido en cuatro partes, que más obedecen a motivos temáticos y cronológicos que a una mera exigencia del discurso, el libro se articula alrededor de aquellas ideas, abordadas con hondura y rigor estético en un tono de cruda sinceridad, que logra, en cualquier caso, atemperarse, produciendo un registro formal cuya dicción, poderosa siempre, se desliza fluida por el texto, consiguiendo momentos de enorme brillantez. Es el caso de “Los raros” , uno de esos poemas emblemáticos, que para sí, sanamente, envidiara cualquier poeta. O el titulado “Cuarenta años” y su continuación, “Divino tesoro”, en los que, como Midas, convierte en oro un tema recurrente de la denominada “poesía de la experiencia”, que vuela sobre el libro casi continuamente, sin llegar a posarse en el papel.
Nunca pierde Gil Cano su singularidad, que ha ido depurando y afianzando durante mucho tiempo, consiguiendo la voz personal que sabe, sin embargo, reconocer el humus donde crece. Hablo del Modernismo, faltara más, de la lectura atenta de los clásicos (los sonetos de la última parte son perfectas arquitecturas), de Cernuda, naturalmente –bien entendido y mejor todavía asimilado-, a los que añadiremos el trallazo emocional, no exento de riesgo- de los grandes nadaístas colombianos y del genial poeta que fue Raúl Gómez Jattin –cuya obra acercó a los lectores de España-, con todo el aporte de malditismo que, en oportuna dosis, contribuye a mantener la emoción; y, en fin, el leve toque de la mística, en su versión cristiana o sufí, cuya textura envuelve los poemas de amor, sobre todo el bellísimo “Canto a la noche”, que bien merecería un comentario aparte.
Por ello, “Declaración de un vencido” es un libro importante y hermosísimo, que compendia la trayectoria vital de un poeta y retrata, a su vez, un tiempo, el nuestro, iconoclasta, descreído y demoledor en su pragmatismo, en busca del misterio de la poesía. Un libro que, sin duda, no pasará desapercibido por la agria palestra literaria andaluza, levantando pasiones. Seguro que bien vale, como dijo Berceo, que sabía bastante de estas cosas, “un vaso de bon vino”. De Jerez y oloroso, por supuesto.
© Domingo F. Faílde
Algeciras, mayo, 2006