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CONVOCATORIAS

CONVOCATORIAS

Martes 5 de noviembre
19,00 h.
Ateneo de Jerez
Encuentro literario hispano-marroquí. Lectura poética.
Poetas marroquíes:
Hassan Najmi, Mourad El Kadiri, Boudouik Benamar, Azrahai Aziz, Khalid Raissouni, Ahmed Lemsyeh, Jamal Ammache y Mohamed Arch.
Poetas gaditanos:
Josefa Parra, Dolors Alberola, Domingo F. Faílde, Mercedes Escolano, Blanca Flores y Yolanda Aldón.
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30 de mayo de 2006

Recordando a Fernando Quiñones



A Fernando Quiñones, lo conocí hace años. Fue en Córdoba, recuerdo, en el transcurso de uno de aquellos saraos que, con más ruido que nueces, una mano de nieve becqueriana organizaba de vez en cuando, y allí estábamos todos los que éramos, aunque muchos, bastantes de los que eran, se quedaban en casa, ninguneados, haciéndose bruces y preguntándose, no ayunos de razón, por qué el dinero público se invertía en eventos discriminatorios.
Por supuesto, a Fernando nadie lo discutía. Poetas y escritores andaluces los ha habido y habrá, pero Quiñones, ese Fernando Quiñones, que era el habla de Cádiz, revestida con el pontifical de la mejor sintaxis de nuestro idioma, tenía bien sudada la camiseta y, lo llamaran donde lo llamaran, ahí se encontraba él, con todo el desparpajo que confiere la dignidad y ese gracejo suyo que era guinda en la tarta de la razón.
Sí, hace años. Unos veinte o así, aunque el dato no importa. Antes, naturalmente, nos habíamos cruzado algunas cartas, y yo, joven aún, que equivale a decir entusiasta, sincero o, emulando a Rubén, “sentimental, sensible y sensitivo”, le hablaba de Legionaria, que era un pozo sin fondo de saber, y del “Muro de las hetairas”, compartiendo su confesada afición a las cosas excelsas de la vida; si hace falta nombrarlas, el vino, las mujeres y los versos bien hechos.
Hace unos veinte años, y cómo pasa el tiempo, que parece ayer mismo, cuando por esas bromas que apareja el azar coincidimos en el retrete, afanados, cada cual a lo suyo como mandan los cánones, en aliviar la próstata, esa especie de postiguito de San Rafael, que al bueno de Fernando le largaba los primeros avisos y a mí me pasaba una especie de factura proforma, para que viera lo que me convenía. Y, sin mediar saludos ni preámbulos, “Niño –me dijo-, vaya sitio para conocernos, ¿no? A ver si hablamos luego, porque siempre nos vemos en lugares así”. Aquello, como escuchara al Bogart de Casablanca, fue el principio de una gran amistad, pues a Fernando Quiñones o se le quería a lo grande o, simplemente, no se le quería, y eso sí era difícil.
Después vino la negra. La enfermedad, más penosa si cabe que la muerte, a cuenta de la cual perdió el bigote, dejándonos la imagen, tierna por desvalida, de sus últimos días. Pero él no se arredraba y, para darse ánimos, relataba sus correrías, reputándose afortunado por haberlas vivido, con tan grande sentido del humor que uno se iba riendo, como si nada malo estuviera, ya, a punto de suceder.
Recuerdo estas anécdotas y otras muchas que se atropellan en mi memoria, cuando tengo noticia de una gozosa recuperación. El pasado miércoles, día 24 de mayo, se presentaron en la Biblioteca Municipal de Chiclana de la Frontera, su pueblo, dos novelas inéditas: “Los ojos del tiempo” y “Culpable o El ala de la Sombra”. La Fundación que lleva su nombre y que, con titánico esfuerzo, dirige su hijo Mauro, lucha continuamente por mantener con vida la voz del escritor. Los escritores de raza, y Fernando lo era, nunca mueren.
Como el ave fénix, elevándose sobre las envidias, tarascadas y demás aspavientos de la mediocridad, surgen continuamente la palabra y el genio para dar testimonio de la luz.

© Domingo F. Faílde
© Diario Europa Sur, 29.05.06