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CONVOCATORIAS

CONVOCATORIAS

Martes 5 de noviembre
19,00 h.
Ateneo de Jerez
Encuentro literario hispano-marroquí. Lectura poética.
Poetas marroquíes:
Hassan Najmi, Mourad El Kadiri, Boudouik Benamar, Azrahai Aziz, Khalid Raissouni, Ahmed Lemsyeh, Jamal Ammache y Mohamed Arch.
Poetas gaditanos:
Josefa Parra, Dolors Alberola, Domingo F. Faílde, Mercedes Escolano, Blanca Flores y Yolanda Aldón.
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11 de septiembre de 2006

Memoria del largo viaje


Dijo Yorgos Seferis –a quien parafraseo, en ausencia del texto aludido- que el principio de todo es un largo viaje, recogiendo en sus versos la antiquísima tradición que subraya la condición iniciática de la aventura, llena de misterios, de ponerse en camino. Ahí están, en efecto, para corroborarlo, ciertas costumbres muy conocidas (el viaje de novios o luna de miel), preceptos religiosos (la obligada peregrinación a La Meca de cualquier musulmán), ritos (las procesiones o el Vía-Crucis católicos), estrategias educativas (excursiones de alumnos de un determinado nivel), etc., etc. Siempre hay un viaje allí donde los hombres ponen en marcha algo.
Durante cuarenta años –si damos crédito al relato bíblico- viajaron los judíos por el desierto, a fin de purificarse antes de tomar posesión de la tierra prometida. Tras la guerra de Troya, Ulises hubo de navegar mucho tiempo, hasta volver a Ítaca y recobrar el amor de su esposa, mientras uno de sus rivales, Eneas, erraba por el arco mediterráneo y, una vez en Italia, sentar las bases de la futura Roma. Y es que en la meta de cada viaje hay un nuevo mundo que descubrir.
Algo así sucedió en días pasados cuando, “por tierras de Portugal y España” (ahora es Unamuno quien me presta una frase), Dolors Alberola, Isabel de Rueda, José María Soto y quien pergeña esta crónica apresurada, encontraron también un mundo nuevo, que vino, si no con el virtuosismo de Dvorak, cantor de la revolución industrial, sí con la música popular y fresca del grupo Acetre, que a punto estuvo de incendiar la noche en los bastiones pétreos de Olivenza. Qué noche, qué calor, qué derroche de ingenio y sensibilidad, a bordo de las notas de estos supervivientes.
Porque Acetre es así: un salvavidas para la belleza, allá donde lo hermoso se hunde en los abismos de la mediocridad. El folklore, en sus manos, se torna sinfonía y adquiere dimensiones de epopeya para glosar con letras populares la historia cotidiana del pueblo que lo parió.
Y así, bautizados en pueblo, bañados en pueblo, fundidos en pueblo, ascendimos por el calor de la madrugada hasta llegar al ático de la cordialidad y embriagarnos con la cerveza, que puso mar al barco del afecto, y hay que ver cómo navegó, surcando las murallas oliventinas, subiendo por las torres, atravesando fosos y plazas y castillos, caboteando calles y rindiéndose, al fin, ante el prodigio del gótico manuelino, con sus columnas helicoidales, el palmeral airoso de las bóvedas y los bellos retablos de cerámica azul.
Ya por la tarde, dejando atrás el fuego y la tormenta que, machadianamente, afilaba el cuchillo en los valles de Extremadura, emprendimos viaje a Portugal y, rebasado, a nuestra derecha, el puente ruinoso de Ajuda, alcanzamos la cima de Elvas, una pequeña villa, pintoresca y humilde, que nos sobrecogió por su austeridad y la melancolía de sus moradores. Recuerdo los paseos por aquellas callejas empinadas y la mole del acueducto, que nos sobrecogió.
Tantas cosas…, para, al fin, terminar comprando unas porciones de técula mécula, el misterioso dulce de Olivenza, que fue dejando atrás sus torreones, ya camino de Badajoz, rumbo a casa.
Nada acabó en Jerez, cuando el coche detuvo su marcha junto a la calle Abades. Sello de nuestro pacto, aquel soneto que, entre vino y rosas, escribimos a cuatro latidos en una taberna, en San Jorge, rodeados de chimeneas.
Allí, como en Casablanca, comenzaba una gran amistad.

© DFF. Jerez, 10.09.06.-