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CONVOCATORIAS

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Martes 5 de noviembre
19,00 h.
Ateneo de Jerez
Encuentro literario hispano-marroquí. Lectura poética.
Poetas marroquíes:
Hassan Najmi, Mourad El Kadiri, Boudouik Benamar, Azrahai Aziz, Khalid Raissouni, Ahmed Lemsyeh, Jamal Ammache y Mohamed Arch.
Poetas gaditanos:
Josefa Parra, Dolors Alberola, Domingo F. Faílde, Mercedes Escolano, Blanca Flores y Yolanda Aldón.
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15 de mayo de 2007

La experiencia o reconstrucción sentimental en la lírica de Domingo F. Faílde


No se trata de una provocación. Ni siquiera de un desafío ni de un lance en inciertos lugares. Faílde combatió de la experiencia sus desaguisados. Nunca, que yo sepa, combatió la poesía que tiene como origen y fundamento la experiencia vital, que sería como decir que está en contra de sí mismo o del poeta como individuo. En su poesía (me he dedicado mucho a ella y la conozco suficientemente) hay mucho de ser humano amenazado, pero también de ser humano que como un nuevo Prometeo se debate ante esa razón de la sinrazón, que ya proclamara Schopenhauer, como la única verdad: la finitud. Es algo que le acució siempre y está muy presente en su obra; de ahí un cierto tono elegíaco y trascendente que la inunda invariablemente, y con la que es fiel a sí mismo y al personaje que se ha inventado (todos al fin y al cabo nos estamos inventando a nosotros mismos como máscaras: Valle decía que sólo era máscara).
Pero, en La sombra del celindo (EH Editores, Jerez, 2006: una bella edición), el poeta giennense afincado en Jerez, resuelve la reconstrucción de la historia sentimental de Faílde. Incluso con citas de Gil de Biedma. En el magnífico Prólogo-Estudio de Juan José Téllez, El exacto lugar del crimen, lo afirma el escritor gaditano: Superado sobre todo la sucesión ininterrumpida de epígonos, Faílde se siente libre en "La sombra del celindo" para asumir los postulados propios de la experiencia que ya habían venido asomando tímidamente a su poética desde títulos como "Patente de corso" o "Náufrago de la lluvia”. Es cierto, incluso antes, porque no se trataría, como advertíamos, de novedad alguna si tenemos en cuenta el matiz inicial que he constatado.
Faílde reconstruye su espacio vital que suena muchísimo a don Antonio Machado: Recuerdo/ aquellas tardes idas, tan cálidas y lentas. Parece como si el ritmo acompasado de los poemas se hubiera proyectado desde una templanza que contempla con otra visión una nueva etapa en la vida de Faílde. Y el linarense se envuelve en la toga pretoriana de la memoria y se acicala con los componentes de la historia personal, familiar y temporal. Bajo la férula o la batuta de la forma de expresión narrativo-descriptiva su poesía se apodera de la confidencialidad, de las palabras a media voz, del rezo ateo de media tarde, para imbuirnos, para reverenciarnos, para acicalarnos el pensamiento y el sentimiento. Y de pronto se puede ver envuelto en la memoria del pecado (que tanto nos acompañó entonces en las sacristías) y puede liberarse de la memoria y proyectar sus venenos, sus prohibiciones, sus crímenes, y vuelve uno entonces a sentir que los fantasmas existieron y existen. Así dirá el poeta: Todo está igual: el patio, la celinda...Todo está igual como si hablara Parménides: el ser humano como algo no material, como Uno pero finito. Esa idea que tanto apasionó a Platón.
Faílde se detiene en ese ser Uno pero finito, quiere estar con él, adentrarse en las imágenes del pasado, reinventarlas, inventarlas, volver a vivirlas o vivirlas de nuevo, porque cuando se recuerda (no sólo se trae lo que se guarda en el corazón como dijo Schopenhauer) se crea de nuevo la realidad. Las cosas son otras y son las mismas. Ahí radica su versatilidad de piedra, su fortaleza de tumba y su ambición de idea. Ser y no ser y ser inventadas continuamente. En ese juego de espejos que es penetrar en el cofre de la existencia puede haber derrotas, como dice en Inventario, pero también la reivindicación de que la vida debe ser contemplada como juego, y ¡ay de aquel que no lo haga!
Comienza el poemario con Te contaré mi vida, infancia, olivos, vasta soledad, negrura, tristeza, el silencio, la muerte…, y siempre el otoño (como símbolo y como realidad incontrovertible) y esa sombra que proyecta el celindo, también llamado falso jazmín. Olor, prisión del olor y de las sombras y su proyección. Porque las antítesis están presentes en toda vida. La reconstrucción de la memoria soporta las inclemencias del tiempo y su paso (otro de los grandes temas permanentes de don Antonio), la singladura de lo que fue (con ese verbo ser en permanente ubicuidad), la acción de la literatura y la metaliteratura, la evolución, el ingenuismo inicial y el hito de un niño por el que va circulando como esperando encontrar de nuevo algo. Porque a la vez que la memoria se introduce en las habitaciones del recuerdo todo se va construyendo al unísono. Aparece el cine y la ironía en aquel cine que también tenía Impares fila 13 como la de los poetas experienciales: Allá en la fila 13, asiento 13/ -impares, comm´il faut-,/ de riguroso marinero, asoma/ Luisito la cabeza, ¡vaya tarde!
En ese transcurso, a veces lineal, pero siempre como singladura del monólogo interior, Faílde se refiere en El andén a la lucha antifranquista y construye como una historia de Hitchcock. Pero, ¿todo este proceso de introspección no es acaso un refugio? ¿No es una meditación a oscuras en la buhardilla caliente o fría de los días pasados? La exaltación llega con el verano, se asocia a su cambio vital aunque un aire melancólico de sospechosa tristeza siempre zahiere los mejores momentos en la existencia de Faílde. Una poesía directa, confesional, decididamente humana, en la que los destellos de la historia personal se dan la mano con las proyecciones simbólicas y con un lenguaje versátil y actual que habla de modo directo al sentimiento. Como se observa en el poema El poeta contempla una fotografía de su madre: Ochenta son sus años,/ pero ella, frente a mí, con su descaro/ de adolescente hermosa, se burla de mis canas/ y gasta alguna broma sobre el modo/ en que me voy haciendo pasto de la historia.
Un libro, sin duda, hermoso. Como esos cuadros que nos producen una profunda nostalgia y a la vez una tristeza que nos da alegría de un modo extraño. También al escribir su historia está escribiendo, en cierto modo, la nuestra. Y nos vemos en los libros prohibidos, en los deleites de amor a oscuras (siempre el amor era a oscuras), en la música de los Beatles o en el descubrimiento del mundo. Y finalmente, el oficio del poeta, el concepto de mentira en poesía: Importa menos la verdad que un verso/ escrito con pasión. Ahí radica la bonhomía de su obra no ajena al sentimiento y a las pasiones, no ajena a reivindicar una idea y a ser consecuente consigo misma.
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© Francisco Morales Lomas