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CONVOCATORIAS

CONVOCATORIAS

Martes 5 de noviembre
19,00 h.
Ateneo de Jerez
Encuentro literario hispano-marroquí. Lectura poética.
Poetas marroquíes:
Hassan Najmi, Mourad El Kadiri, Boudouik Benamar, Azrahai Aziz, Khalid Raissouni, Ahmed Lemsyeh, Jamal Ammache y Mohamed Arch.
Poetas gaditanos:
Josefa Parra, Dolors Alberola, Domingo F. Faílde, Mercedes Escolano, Blanca Flores y Yolanda Aldón.
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12 de agosto de 2007

ESA MUJER DE LOT

AVANZABA deprisa, la vi destacarse del grupo de gente que venía del Talgo de Andalucía, ella, menuda, mas de personalidad recia, como una encina totémica, con sus grandes ojos negros, su boca jugosa, su pelo corto y su sonrisa que iluminaba el aire de aquella mañana otoñal. No nos conocíamos, pero nos compenetramos en la distancia con sólo mirarnos, y supimos esa es, la que avanza con una entregada sonrisa de amistad y cariño hacia ti. La noche anterior me había mandado por e-mail una fotos de sus hijos y de ella; bromeó con este tema, «no, no son míos»—los niños—, pero sí, eran clavados a su madre, a esta valenciana acogedora con la que compartí casi una hora en la estación madrileña de Atocha, adonde llegó su tren del sur y donde tomó, con su fiel compañero Domingo— hoy, marido—, otro para el Norte, tras nuestra breve pero intensa conversación allí, en una cafetería, cambiando impresiones, libros de poesía, y, sobre todo, comenzando una gran amistad, que se sostiene casi sola, pero ambas sabemos que la otra está ahí, y luego el respeto y la admiración por la obra contraria. Ah, Dolors, qué alegría cuando en mis manos ha caído por casualidades del destino este hermoso libro tuyo, un libro que habla de muchas cosas, pero todas eternas como el amor, por desgracia también la guerra, y su contrapartida la paz; y como metáfora de todo ello, el tema bíblico, los cinco justos, Sodoma y Gomorra, Lot y, sobre todo, su mujer que se quedó convertida en sal por mirar atrás, pero Dolors Alberola no le teme al mito y nos acaba diciendo en unos versos bañados, como todos los suyos, por su luz de Levante que, ahora, se mira en la del Puerto de Santa María, y de tan blanca y luminosa que es casi ciega «…Y se giró, en los ojos/ la memoria de un tiempo tan sencillo/ que no quiso zanjar. Giró, de pronto,/ y comenzó una armónica carrera. / Sin temer que algún dios/ pudiera allí negarle el paraíso, / retornó hasta la casa de su amado». Y el tema de la guerra expresado con palabras como el fuego, la sangre, la muerte o la destrucción que sigue a ella:«… Lo mismo que ese perro/ que se muere de frío en un camino/ y los hombres suceden y lo miran, /pero no ven el daño. Lo mismo que ese can,/ veo pasar la muerte, es una niña/ que viene de Sodoma, como si aún tuviera/ una antorcha encendida…/La muerte, esa chiquilla que aún viene de Sodoma/ como si nunca el dios quisiera perdonarnos». Pero su voz, como la voz que yo oí aquella mañana, y que me dio calor en mi acendrada pero no menos querida soledad, era esperanzada, vital, cálida, así también su respuesta ante esta terrible realidad que no cede ni un ápice su rostro mortal y demacrado en países como Líbano, Afganistán y, sobre todo, Iraq, con atentados diarios en los que caen, a veces, más de cien personas, niños incluidos. Se alza la voz de Dolors, su voz cálida y bien timbrada: «Miró hacia la ladera y vio las sombras./Estaban ahí mirándola con los ojos tristísimos./Eran los hijos muertos de una idea/ que no lograba abrirse. Oyó la voz/ de una esbelta mujer que le decía: /no hay nadie en este lado que se olvide del mundo,/no hay ninguna mujer que no sienta en sus pechos/ la garra de la vida. No hay un niño/ que no grite a diario el nombre de su madre./ Si están muertos, /en la muerte recuerdan lo que han sido,/ si están vivos,/ven un pueblo de muerte detrás de las vidrieras. —Y en el último tercio arranca su maravillosa esperanza en la paz, en el género humano, aún transmutados en ángeles, y el más ungido compone música celestial: Mozart, para un pueblo que goza en ella, que no quiere guerras: nunca rojo, nos dice la Alberola, metáfora simple pero gráfica y exacta.— «Miró hacia sus espaldas y vio ángeles,/ pero esos venían de otras tierras,/de otros lugares, muchos, que ardían a otros fuegos,/alzaban otras guerras más armónicas/ y dejaban cruzar hasta su atmósfera/ la música de Mozart. Una escala/ de color; nunca rojo, conducía/ a ese lugar sin tiempo/ que nos muestran los versos». Y el amor, ese amor humano, tan cálido y tierno, tan pasional también, que en la obra de Dolors es una constante, representado en la mujer, en ese universo femenino que tan bien conoce, y en el que la Alberola se mueve como pez en el agua, a veces, hasta con su punto de ambigüedad y ambivalencia, lo que le da una mayor riqueza y trascendencia a su obra: «Miro contra la sombra y tengo miedo/de esa soga terrible de dulzura/ que me anuda a otro pecho. Tengo miedo/ de sentir que mis manos se abrazan a la niebla/ y una orquídea reclama sus pétalos de sal/ y todo, todo, todo/ retorna hasta la lumbre. Tengo miedo/ y no sé que es mentira, qué no dije,/o qué terrible forma de mirar/ a través del espejo me amenaza».Esta es la voz de una gran poeta, pero también de una mujer que ama y que contra la luminosidad de su tierra mediterránea, de nacencia, dónde ahora me hallo, se alza la belleza mora de las tierras del sur, andaluzas, dónde ha elegido vivir, pero sin parar de seguir como maná nutricio para bien de la poesía, creando. Esa mujer de Lot es un libro tan corto como intenso, y su perfume se extiende por mi cuarto en este día en que los termómetros se han disparado, y se siente la voz de Dolors Alberola como nítido caudal y fresco remanso.
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© Lola Santiago
En ABC, Madrid, 11.08.07.-