A veces, un poema, un libro, un cuadro o un arpegio son suficientes para alumbrar la sombra y devolver al tedio cotidiano el brillo y el temblor de lo primigenio. Es el caso, sin duda, de la hermosa carpeta que Francisco Basallote (Vejer de la Frontera, 1941) acaba de publicar. Pulcramente editada, contiene una docena de acuarelas, precedidas de otros tantos haiku, un arte nada fácil, dada su extrema densidad expresiva, del que ofrece el poeta -finalista a la sazón del premio andaluz de la crítica- una cuidada muestra.
Estas Sendas del aire, se suman a Queda la luz, componiendo una atmósfera que sólo con la magia del lenguaje poético es posible crear y percibir, ya se materialice en trazos caligráficos, ya en esos signos plenos de forma y colorido con que el pincel se acerca a la realidad. Creo que las acuarelas dan réplica precisa a los haiku o quizás al revés, elevando entre unas y otros la levísima sinfonía de un corazón enorme que celebra la belleza del mundo. Porque eso es el haiku y es tal la pincelada del poeta que pinta escribiendo y escribe pintando, imbuido hasta la médula de su espíritu de ese latido cósmico que vivifica cada pincelada y le arranca la esencia de la canción.
Sendas del aire eterniza lo efímero y convierte lo eterno en momentáneo, porque así es la belleza, un destello, un chispazo, que nos permite vislumbrar cuanto de perdurable habita en cada ser. Y la mirada, un flash, sencillamente, que renace en la imagen de versos y acuarelas. Árboles, flores, ríos, muestran su plenitud o se adelgazan hacia su propia idea en nubes de color. Esto es Sendas del aire, belleza químicamente pura, una razón sencilla, franciscana, sublime, para volver a la naturaleza.
© Domingo F. Faílde.-