Anoche, en el patio del Damajuana, encendido como
la primavera, tuvo lugar una lectura poética de Josela Maturana, a la que
asistió numeroso y entendido público, escritores, pintores, músicos, amigos y
amantes de la literatura en general.
En el sentir de todos, fue un placer escuchar de
boca de la poeta el nacimiento de sus nuevos poemas, escritos para la velada –dijo-
y parte de un proyecto literario, todavía en fase de elaboración, del cual
regaló a sus oyentes un excelente anticipo, jalonado de hallazgos audaces e
ingeniosos, metáforas innovadoras e ideas, en fin, escalofriantes por su hermosura.
El Políptico
de la noche en Jerez –así se titulaba- es una entrega de doce poemas
largos, de versículos largos también, algunos incluso en prosa, en los que la
poeta, con singular maestría, rinde homenaje al arte y lo extrapola a la
realidad, a partir de los lienzos, los textos literarios, la música, etc., ya
sea para celebrar la esperanza de un mundo que, a pesar del dolor y los
cataclismos, siempre prevaleció, ya para iluminar con la luz, el color y la
palabra el sombrío escenario del presente.
La condición
del amor es eterna, afirmó: aparece
el amor y todo tiene sentido. El amor, en efecto, en su acepción más amplia
y filosófica, es acaso el motor de estos poemas, que acaban, sin embargo, con
un retrato de la soledad, a través de los pinceles de Edward Hopper, en un
gesto de serena complicidad con la condición humana, redimida una vez más por
el arte.
Todo un ir y venir de magia en la voz, que tuvo
atrapado al público hasta el final, con el hermoso cierre de Antonio Flor,
cantautor que inundó la sala con sus canciones bilingües. Si la obra de
Maturana ya era, por sí y como lo demuestra su brillante currículo –glosado previamente
por el poeta Domingo F. Faílde-, digna de admiración, anoche consiguió
llagarnos, perforarnos el alma con este nuevo impacto de delirio y acierto.
Redacción.-