Libreros y
editores admiten que la crisis repercute en las ventas, resta afluencia a las
convocatorias y merma el entusiasmo en general. Sin embargo, más allá de los
números, las estadísticas manipuladas por los medios ¿informativos? e incluso a
despecho de una realidad que, día a día, nos golpea, un hecho se impone: la
poesía, que ha dormido una siesta tan larga como el colocón de la democracia –por
llamarla de alguna manera-, ha despertado al fin, acaso porque el príncipe del
cuento es joven, guapo y entusiasta: lo
que veo con los ojos/ de la juventud y el pueblo, como escribió Blas de
Otero, en tiempos tan difíciles como éstos, cuando padres y abuelos de los
jóvenes actuales afirmaban llevar un mundo nuevo en sus corazones y luchaban
por él, pese a quien pese, enfrentándose a los padres y abuelos de los
fascistas de hoy, con las manos desnudas, ¡qué remedio!, la palabra a flor de
labio y la esperanza en el ritmo diario de la existencia.
Y esto es lo que
vimos en la inauguración de la Feria del Libro de Sevilla, cuando Lola Crespo
llamó a los poetas y la pérgola, llena de gente a rebosar, se hizo palabra y
luz para reivindicar, sin consignas, sin panfletos, sin directrices, la
dignidad de ser seres humanos, con un pie en el estribo del tiempo y el otro
caminando hacia la utopía.
Lola Crespo llamó
a los poetas y allí comparecieron con rara precisión, casi matemática, los
cuerpos, las almas, las voces de Dolors
Alberola –la fuerza es femenina en su poesía-, Dolores Almeyda –mágica en su
coherencia-, María Domínguez, Carmen Herrera, Irene, M. Gil, Tomás Illescas,
Lorenzo Ortega, Carmen Ramos y María Luisa Víu, envueltos en la música de David
Postigo y en esa factoría de asombros y sorpresas que siempre tiene a punto
Lola Crespo.
Y el acto fue una
fiesta, en la que todos –público incluido- adquirieron protagonismo, para
invadir, al fin, el escenario y posar para el porvivir.
Al día siguiente,
las actividades se dispararon y vimos, entre otros, a Juan Eslava Galán,
firmando ejemplares de su último libro. Lo mismo haría Dolors Alberola, que, a
pesar de los 43º a la sombra con que nos obsequió la gran chapuza climática, se
atrincheró en el stand de El Gato en Bicicleta, dispuesta a estampar su firma
en la página de respeto de Sobre la
oscuridad. Por la tarde, tras un largo paseo por la Sevilla de siempre –hermosísima
y tórrida-, una nueva lectura. Y a casa, sí, a pesar de la incompetencia,
pésima educación y nula capacidad de
reacción de los cerebros (?) de Renfe, que sumaron un punto de aventura a lo
expuesto.
Redacción.-