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CONVOCATORIAS

CONVOCATORIAS

Martes 5 de noviembre
19,00 h.
Ateneo de Jerez
Encuentro literario hispano-marroquí. Lectura poética.
Poetas marroquíes:
Hassan Najmi, Mourad El Kadiri, Boudouik Benamar, Azrahai Aziz, Khalid Raissouni, Ahmed Lemsyeh, Jamal Ammache y Mohamed Arch.
Poetas gaditanos:
Josefa Parra, Dolors Alberola, Domingo F. Faílde, Mercedes Escolano, Blanca Flores y Yolanda Aldón.
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1 de junio de 2012

Faelo ha muerto


                No, no me arrepiento de nada… Con esta frase, que tomara prestada a Edith Piaf, inició su discurso Rafael Esteban Poullet, cerrando el homenaje que, hace poco más de un año, le fue tributado en El Puerto de Santa María, ciudad natal del poeta. Hoy, cuando el verano asoma sus colmillos y el Sur traga sus lágrimas, abre las puertas junio y se cuela la muerte, no sabemos si enamorada, como dijo Miguel Hernández, o infame, innoble y maldita, poniendo del revés otro verso, éste de García Lorca, que motivos tenía para presentir su zarpazo.
                Esta noche preñada de calor y sulfuros, la muerte se ha llevado a Faelo. Con su último aliento, se ha cerrado una página bellísima, una de las más bellas en efecto de este rincón de Hispania, donde él resistía como un gladiador, negándose a aceptar que la era de Augusto había dejado paso a un cristianismo feudalizante e inquisidor, derribando el altar de los antiguos dioses y tirando por tierra una cultura a medida del hombre. Egipto, Grecia, Roma, servían a sus sueños un escenario lírico, que él llenó de poemas: Poemas Sacros y Profanos (1989), Et in Arcadia ego (2001), El lecho pródigo (2008) y Papiros de Tebas (2011). Y una novela, Yo, Juan, el discípulo amado, brillante y polémica, que fue llevada al cine.
               Era un sabio Faelo, más allá de los versos y aquella arquitectura sencilla y magistral que su obra esplendía. Incrédulo, hipercrítico, desengañado a veces y otras tantas apasionado, había hecho de la heterodoxia un estilo de vida, una forma elegante de estar en el mundo, sin molestar a nadie ni aceptar el enojo de las insidias, pompas y vanidades del oscuro parnaso que nos tocó vivir y padecer.
Humanismo, hedonismo, lenguaje -escribimos en cierta ocasión-, son las fuentes fundamentales donde bebe la lírica de Faelo, tributario de una filosofía, una ciencia, un arte, una política, de cuya semilla ha crecido y fructificado el árbol de la Utopía. El lenguaje, pulcramente bruñido y refinado siempre, nos conduce al común territorio de la experiencia, eso sí, trascendida por el irrenunciable ejercicio de la razón, sin la cual el placer no sería posible ni, desde luego, humano.  
Pero, por encima de todo, que ya es mucho, era Faelo un hombre singular, un espíritu puro, acaso el de algún caballero del viejo ordo equester romano, investido de una nobleza poco o nada común, capaz de refrescar con gestos y palabras esta atmósfera tóxica que se respira en los mentideros de la literatura.
Hoy, la muerte enamorada o la vida desatenta, nos han privado de él y la luz que irradiaba. Se ha ido en un momento en que el bárbaro incendia las últimas columnas de un mundo condenado a más de cien años de soledad. Sus cenizas, con las de la cultura, que tanto amó, rubrican una era de utopías, ahora más desvalidas, tras su óbito. Y en todo caso, como antaño cantó García Lorca, tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,/ un andaluz tan claro, tan rico de aventura…
Sit terra tibi levis (que la tierra te sea leve).
Y hasta siempre, compañero.

© Domingo F. Faílde, 2012