En los imanes,
como en la vida, como en la forma esférica que se atribuye al mundo, siempre
hay dos polos. Todo indica, por tanto, que el ser es dual. Nos hallamos ante
una de las leyes fundamentales de la dialéctica: la oposición de los
contrarios, que, quizá, como dijo Antonio Machado, sean, en el fondo, complementarios.
Realidad y utopía, bien y mal, día y noche, saber e ignorancia, luz y sombra,
placer y dolor, amor y odio, vida y muerte… ilustran este aserto, que certifica
el movimiento de lo existente y también su destino.
Esta metáfora,
magnética y atractiva, conforma los poemas de Juego de imanes, el libro con que Dolors Alberola acaba de ganar el
premio de poesía Ramón de Campoamor, en la tierra natal del poeta. A través de
las tres partes en que se estructura, Alberola realiza una profunda reflexión
sobre la dualidad del hombre, en la que mezcla experiencia y conocimiento, en
versos de gran densidad, lenguaje sencillo y tono confidencial.
En la primera
parte, titulada Astrolabio, la autora
mira al mundo, constatando aquella polaridad que se erige en motor de la obra.
La naturaleza asoma a sus versos a manera de marco imprescindible, nimbada sin
embargo por una sombra casi imperceptible, que acecha el devenir de las
criaturas. A su esplendor opone la ceniza, auténtica anagnórisis de la historia
de la humanidad.
A contracarne, la segunda, nos conduce a
la esfera de la emotividad, de los sueños, del amor y el deseo como tabla de
salvación: una isla, en medio de lo
oscuro, donde fuera posible escapar
de la muete.
Por último, Insistencia
en la noche, con su juego de luces y sombras, nos conduce al gran drama de
la existencia y un destino que acaso tenga también su contradicción. Somos hijos de la noche, afirma la
poeta, que, en una intensa y bien escalada enumeración, busca a duras penas la luz en la palabra,/ la única, el venero, la
hacedora de mundos tan distintos,/ la precursora, el todo, la verdad, el
alimento ebrio del poema.
Redacción.-